Comiendo lo que somos

La pandemia vino a modificar nuestro estilo de vida, al inicio por una necesidad y luego ya por elección. Hoy día, es común pertenecer a grupos de caminantes, ciclistas, buscadores de alimentos orgánicos, buscadores de la autenticidad, de asegurar el valor propio y finalmente de la felicidad. Nunca antes estuvimos tan lúcidos en cuanto a que la humanidad necesita un cambio de conciencia para con los demás, la naturaleza y finalmente también con nosotros mismos. El periodo de encierro con un virus flotando por doquier y la obsesión por mantener el sistema inmune a tope para evitar contratiempos, y, sobre todo, el darnos cuenta de que para morir no hay que estar viejos, se nos infiltró en las venas y ese es el resultado de muchos comportamientos actuales.

Nos dio entonces por vigilar la dieta consumiendo más frutas y verduras, a hacer más ejercicio, a meditar etc. con el objetivo de permanecer más centrados en lo que realmente importa: disfrutar al máximo posible este paseo llamado “vida”.

La expresión de “somos lo que comemos” del filósofo y antropólogo alemán Ludwig Feuerbach, no se refiere solamente a la alimentación física, sino también a algo más profundo como el espíritu. Durante muchos años no nos preocupamos por lo que consumíamos (ojo que también nos alimentamos de ideas falsas y redimensionadas por nosotros mismos o por la sociedad), y quizá podemos adjudicar a este aspecto, la conciencia tan descolorida que se tiene en muchos aspectos de la sociedad actual.

En otras palabras, antes de ingerir un alimento los individuos tomamos una serie de decisiones que no sólo están afectadas por factores externos como la disponibilidad de tiempo tenemos para preparar el almuerzo o la cena, sino también por nuestra personalidad y forma de ver las cosas. Y así paulatinamente, nos vamos comiendo lo que somos y nos convertimos en eso, que, durante toda la vida, queremos cambiar.

Actualmente se considera todo un lujo el saber de dónde proviene y quien produce el alimento que consumimos (la famosa trazabilidad), cuestión que, (ojalá) disiparía con el tiempo en contra de la creencia de que lo de afuera tiene más valor que lo que producimos localmente.  Si lo tomáramos como una moda, nos llevaría a consumir lo que se produce localmente, bajando la contaminación ambiental y promoviendo la economía local.

En el afán de encontrar el origen de tanto descontento humano, se nos recomienda ahondar en temas como el amor propio y la autoestima, digerirlos y llevarlos a todos los rincones de nuestra vida. Y qué hay del amor por lo propio como país y de la autoestima de las comunidades, que, en estos momentos, ¿ven más hacia afuera para imitar que por mantener las raíces e innovar con productos locales? Nos cuesta aún valorizar al agricultor y su labor tan digna como es la de alimentar millones de bocas que gastan más en dietas y gimnasios que en lo que consumen.

Si finalmente reconociéramos que debemos volver la mirada hacia la ruralidad y admitir que esta ya es un lujo que no todos pueden permitirse: respirar aire limpio, consumir productos locales sin cientos de kilómetros hasta la mesa, moverse libremente, sin contaminación auditiva y sobre todo, bajar este ritmo eufórico de la vida actual que nos consume a diario, entonces veríamos el potencial que tienen nuestros territorios.

Mire por donde se mire esto traería grandes beneficios a las comunidades, a la creación de empleos, entre otros, y paralelamente estaríamos aportando a la sostenibilidad global, colocando en el centro de nuestro actuar al ser humano.

Se requieren esfuerzos que nos hagan volver la mirada hacia nuestras raíces, a la valoración y conservación de semillas, a la siembra de productos tradicionales, así como la conservación de ecosistemas. La cocina es la expresión de un pueblo y por lo tanto parte de su identidad. 

El turista del futuro, según la OMT (Organización Mundial del Turismo) no busca un destino, sino más bien, vivir una experiencia real. Desde este punto de vista, tenemos una gran oportunidad de desarrollar nuestros territorios dando a los agricultores la herramienta económica del turismo, para que pueda seguir cultivando, pero garantizándole un ingreso extra paralelo.

La Fundación Rutas para el Desarrollo Rural, FUNDERURAL (www.funderural.org),tiene su sede en Costa Rica y su objetivo principal es promover el agroturismo de la mano con los agricultores y territorios, proporcionándoles las herramientas y conocimientos necesarios para que puedan ofrecer una experiencia turística vinculada a su modo de vida. Nuestra visión es convertir los territorios rurales en una serie de redes agroturísticas que sirvan de sostén socioeconómico para sus comunidades.

Por: Rosalba Alfaro

Presidenta y fundadora de FUNDERURAL

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